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Licencia para fumar

*por Patrick Basham
Patrick Basham es académico asociado del Cato Institute y director del Democracy Institute.
Los consumidores de tabaco deberían estar obligados a obtener una "licencia de fumador" para comprar cigarrillos. Así sostiene el académico Simon Chapman en la revista PLOS Medicine. Él se imagina un sistema de "tarjeta inteligente" que le permitiría al Estado limitar las compras de los fumadores y animarles a abandonar el hábito.
El requisito de licencias es la última propuesta del movimiento antitabaco para "des-normalizar" el acto de fumar —es decir, para retratarlo como inaceptable y a los fumadores como pervertidos. Esto confirma que las élites de la salud pública sufren del síndrome de Mary Poppins: No descansarán hasta que todos seamos prácticamente perfectos en todo sentido.
Este tipo de paternalismo asume (incorrectamente) que los individuos están mal informados o son irracionales en sus decisiones, y que las consideraciones de la salud pública deben prevalecer sobre la libertad. En consecuencia, el Estado está obligado a forzar a las personas a conformarse con el consenso de salud pública. Los derechos de adultos, que en otras situaciones son considerados competentes, deben ser restringidos para protegerles de sus propias acciones insuficientemente consideradas. Así que los fumadores están sometidos a experimentos en tiempo real, diseñados para cambiar sus hábitos de consumo sobre la premisa de que es "por su propio bien".
De esta manera, los poderes de regulación del Estado definen y ejecutan una única visión de lo que constituye una buena vida. Esto reemplaza las consideraciones individuales acerca del riesgo y la recompensa —una intrusión significativa en la autonomía personal.
La des-normalización no está diseñada para suprimir el fumado y sus placeres concomitantes con una sola medida. Eso sería demasiado obvio y crudo, y despertaría una oposición demasiado apasionada. En cambio, la des-normalización utiliza instrumentos de ingeniería social, tales como las licencias y las prohibiciones para fumar en lugares públicos, para lograr que el fumado poco a poco vaya desapareciendo.
Sin embargo, a las sociedades democráticas-liberales inherentemente les incomoda la idea de que el Estado debería organizar nuestras vidas diciéndonos qué pensar, creer y ser; dirigiendo nuestros gustos y disgustos; estructurando nuestros placeres; y emitiendo juicios sobre lo que comemos, tomamos e inhalamos. Una propuesta para autorizar ciertos libros, obras de teatro, o asociaciones, por ejemplo, no sobreviviría un solo momento de consideración seria. Sin embargo, los paternalistas justifican la misma política aplicada al fumado argumentando que se trata de la salud pública.
Pero disminuir la autonomía personal con el pretexto de mejorar la salud sigue siendo una disminución de la autonomía personal. Como tal, es inaceptable en una sociedad libre.
En lugar de admitir que realmente están dando consejos en relación a sus valores, los paternalistas de la salud caracterizan sus directivas como científicas y por lo tanto incuestionables. El paternalista de salud le dice al ciudadano promedio: "Es un hecho científico que si usted para de fumar va a vivir por más tiempo. Por lo tanto, debe dejar de fumar".
Pero el paternalista en realidad está asumiendo una premisa adicional: Que la persona promedio valora una vida más larga más de lo que valora el placer de fumar. Tan pronto se revela esta suposición, el supuesto carácter científico de los paternalistas de la salud queda expuesto como un fraude. A pesar de que es la ciencia lo que le dice al ciudadano promedio que vivirá por más tiempo si no fuma, no es la ciencia lo que determina que él debería valorar más una larga vida que fumar.
Esto no quiere decir que las advertencias de los paternalistas de salud no son dignas de la atención del ciudadano promedio. Solo significa que estas no son pronunciamientos científicos incuestionables.
Después de todo, ¿por qué es una vida de 70 años llenos de placeres elegidos por sí mismo inferior a una vida de 75 años que ha sido privada de muchos de esos placeres? No estamos sugiriendo que 70 años repletos de placeres son necesariamente mejores que 75 años de abstinencia —solo que este es el tipo de decisiones que es mejor dejar en manos de los individuos.
Por otra parte, apartando las consideraciones morales, la licencia simplemente no alcanzaría su objetivo de hacer que los fumadores dejen el fumar. Un estudio académico descubrió que las preocupaciones de salud de un fumador son lo que conducen a cesar con el hábito. Los fumadores que deciden dejar de fumar voluntariamente —a diferencia de aquellos que se sienten empujados por la presión social o la legislación— tienen mucho más éxito.
Los paternalistas que pastorean el rebaño antitabaco piensan en la salud en términos de longevidad, y el fumado es un enemigo de la longevidad. Pero también es cierto —y de importancia mucho mayor para los fumadores y no fumadores por igual— que las licencias y otras herramientas de des-normalización son enemigas de la libertad.
Este artículo fue publicado originalmente en Philadelphia Inquirer (EE.UU.) el 3 de diciembre de 2012.
Fuente: http://www.elcato.org/licencia-para-fumar
 

Alberto Benegas Lynch: "Menem fue un modelo de antiliberalismo"

*El economista considera que los años noventa estuvieron lejos de ser un reinado del libremercado y cree que lo más importante es tender puentes con la izquierda para discutir ideas que terminen beneficiando a la gente y no perjudicándola.

En el principio -o el final- era el verbo "devaluar". Según señala el Diccionario de la Real Academia Española, su sentido es único: rebajar el valor de una moneda, depreciarla. Pero la Argentina de los últimos años, culminando con la crisis de 2001 y las posteriores medidas económicas de Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov, es rica en lenguaje figurado. La devaluación alcanzó toda clase de terrenos, incluido el de los conceptos.
El término liberalismo -o su encarnación noventista: el neoliberalismo- fue uno de ellos. Hoy parece haber caído (al menos en el uso que hacen de él los discursos partidarios y políticos) en un desprestigio inversamente proporcional a la frecuencia empalagosa con que se lo usufructuaba durante, al menos, el primer período menemista.
El economista Alberto Benegas Lynch (h) es un liberal clásico. En su opinión, uno de los malentendidos fundamentales deriva de la creencia de haber vivido durante la década pasada en una suerte de excelso paradigma liberal. "Lo importante, cuando uno usa ese término, es determinar primero qué significa liberal. La mejor definición es la de respeto irrestricto por el proyecto de vida de otros. Vale decir, que sólo se use la fuerza de carácter defensivo, nunca agresivo, que el aparato estatal intervenga sólo cuando hay lesión de derechos de terceros. No para decirle a la gente cómo tiene que manejar su vida y su patrimonio. Creo que en general todos los interlocutores, así dicho, coincidirían en que respetan al prójimo. Sin embargo, cuando empezamos a concretar políticas en materia educativa, fiscal o monetaria resulta que hay una falta de respeto permanente, un intento de dirigir vidas y patrimonios."
-¿Qué autocrítica puede hacer el liberalismo de la década de los noventa?
-Hay que ponerse en los zapatos de los que critican lo que se ha dado en llamar el neoliberalismo (algo inexistente porque ningún intelectual serio se llama a sí mismo neoliberal; es un simple tiro por elevación al liberalismo). He leído muchos trabajos sobre el tema y los modelos que manejan esas críticas son Salinas de Gortari en México, Fujimori en Perú y Menem en la Argentina. Pero si analizamos lo que ocurrió durante el "menemato" en la Argentina encontramos impunidad, destrucción de la división de poderes, reformas constitucionales para reelegirse, aumento de la deuda, del déficit y del gasto. Muchos dicen entonces: si es eso, el liberalismo es una cloaca y quiero cualquier otra cosa. Y tienen razón. Sólo que el blanco, en los tres casos, es un blanco errado. Son tres modelos de antiliberalismo.
-Para ceñirnos a Menem: no sólo aplicó unas cuantas recetas liberales, sino que fue apoyado por un partido, la Ucedé, que se definía como liberal. ¿No hubo entonces una suerte de regocijo complaciente?
-Absolutamente. Una vez escribí un artículo, "La manía de la autopsia"; vale decir, no criticar en el momento sino cuando algo es cadáver. Mucha de la gente que critica a aquel gobierno se hacía la distraída o apoyaba incondicionalmente rodeada por mucho tilingaje. Muchos decían que era un ejemplo de sociedad abierta cuando se privatizaba o se pasaban, en muchos casos, monopolios estatales a monopolios privados, había corrupción e impunidad, se desvirtuaban lo institucional y la ética. Respecto de los partidos, creo que lo importante es que hagan auditoría al sistema republicano. En el caso que usted señala se saltó el cerco, un partido se unió, refundió en el partido gobernante y se autoexterminó. Me parece que también es importante y es una preocupación enorme del liberal ver cómo en aquel período el equipo gobernante estaba rodeado de seudoempresarios, de barones feudales, de cazadores de privilegios, de prebendarios que buscaban mercados cautivos, exenciones fiscales, protecciones arancelarias y todo tipo de privilegios que son el antimercado y el antiliberalismo.
-Si es así, ¿no se recostó demasiado el liberalismo en un puro economicismo?
-El liberalismo no se puede escindir. Tampoco la libertad: no tiene sentido partirla en tajos. O hay libertad o no hay. Es un concepto, si se quiere, que explora muy diversas avenidas, pero básicamente no está circunscripto a un área. Cuando alguien dice "soy liberal en lo político, pero no en lo económico", en realidad está diciendo: puedo participar en el cuarto oscuro, pero cuando salgo voy a ser considerado un deficiente que no puede elegir, pensar ni disponer de lo suyo en muy diversos ámbitos de la vida. Respecto del llamado economicismo, es cierto que hay algunos trabajos que se han circunscripto a cuestiones demasiado económicas. No hay que limitarse a ese simple análisis, pero tampoco se lo puede excluir porque es en ese terreno donde hay mayores malentendidos, específicamente en la llamada cuestión social y laboral, lo que se ha dado en llamar conquistas sociales, que terminan explotando miserablemente y perjudicando a los que más necesitan. Por eso a veces se ha puesto excesivo énfasis en esto, pero a mí me parece que tiene que abarcar todas las áreas de la vida sin separarlo. Ahora, si un liberal dice que le preocupa más la evolución de la base monetaria que las libertades civiles no sabe de qué está hablando, cuál es la tradición liberal.
-¿Cómo dejar de lado entonces esa impresión de que lo único importante es la economía?
-Hay un fenómeno que me parece muy interesante y es lo que ocurre del lado de las izquierdas. El origen de la palabra izquierda, como es sabido, viene de los que se sentaban a la izquierda del rey. Se oponían a la monarquía absoluta y, a lo largo del tiempo, alguna de sus vertientes pedía permanentemente el aparato de la fuerza para hacer distintas actividades que implicaban lesión de derechos de terceros. Sin embargo, los socialistas tienen una enorme devoción por la libertad y las autonomías individuales. A mi criterio lo que falta es una explicación suficientemente didáctica para que esa preocupación hacia los desprotegidos no se haga a través de políticas que, en la mayor parte de los casos, tienden a perjudicar aún más a esa gente. Lo que se necesita, me parece, es que se profundice en el análisis económico. Y lo curioso es que cuando se habla de esto, mucha gente, especialmente artistas o miembros de algunas iglesias, terminan pasando este mensaje: no me va a decir usted que tengo que estudiar la oferta de la ley y la demanda, esas cosas pedestres y subalternas... yo estoy con intereses más nobles y dignos. Pero justamente cuando se ponen a hablar de estos temas se producen lagunas y problemas muy serios. El tender ese puente y tratar de mostrar cuál es la forma de ayudar a la gente que menos tiene, que no es con políticas estatistas, socializantes, yo creo que eso acerca mucho las posiciones. De hecho, muchos de los grandes economistas comenzaron sus carreras siendo socialistas. Hicieron ese proceso de cambio debido a análisis económicos.
-Leszek Kolakowski decía que hoy, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, una persona puede declararse conservador, liberal y de izquierda sin que suene necesariamente contradictorio. ¿Cree que hay algo de verdad en eso?
-A veces las etiquetas no ayudan. A mí me parece que lo importante es tener una visión antiideológica, entendiendo ideología no como el conjunto de ideas, como dice el diccionario, ni la falsa conciencia de clase, de la que habla Marx, sino como algo cerrado, inexpugnable, que es imposible penetrar. Para usar lenguaje popperiano, el conocimiento es un proceso de corroboraciones que son siempre provisorias y uno tiene que estar abierto a las refutaciones. En Kolakowski, que viene del marxismo, yo noto esto. Hay personajes como él, de gran interés y fertilidad, que en aspectos muy esenciales tienen puntos en común con la tradición liberal. Un punto que él analiza es el concepto de igualdad y democracia como procedimiento mecánico para que mayorías y minorías actúen en distintos ámbitos de la vida política. Detrás de eso, el eje central es la obligación de los gobernantes de garantizar y respetar los derechos de los gobernados. Muchos de estos puentes son útiles porque, al fin de cuentas, la opinión pública está influida por ideas.
-¿Ve que al Gobierno le interese que surja ese debate de ideas?
-No creo que sea misión del Gobierno el abrir debates de ideas. El político eficaz tiene que tener olfato para conjeturar cuáles son las inclinaciones de la opinión pública. Yo creo que el profesor y el político tienen roles opuestos. Un profesor que entra a una clase y hace un estudio de marketing para ver qué quieren oír sus alumnos está perdido. Y si un político se dice que va a hacer lo que se le da gana está perdido como político.
-Ese debate no deja de ser un proceso lento y complejo.
-Por supuesto. Mi autor favorito no es Mao-Tsé Tung, como puede imaginarse, pero él decía que "la marcha más larga empieza con el primer paso". Cuanto antes empiece, mejor. Es cierto que hay exitismo. Se dice: "esto es muy teórico, muy a largo plazo"... Yo creo que el trabajo de la educación, las ideas, los debates han producido resultados. Por eso se habla de la era de Marx, de la era de Keynes. No porque los políticos los hayan leído, sino porque han sido influidos por el debate de ideas que despertaron.
-A fines del año pasado el Congreso estableció un Día del Pensamiento nacional, en homenaje a Arturo Jauretche. ¿Se puede considerar que en ese debate de ideas existe algo como un pensamiento estrictamente nacional?
-No conozco el caso, me entero por usted. La idea de un pensamiento nacional confieso que me da cierto resquemor, no deja de tener cierto tufillo xenófobo, porque el pensamiento no es nacional ni del norte ni del sur. Es fértil lo que se dice o no. La cultura no es un concepto alambrado. Es un concepto abierto y tiene que contrastarse con distintas concepciones.
-Pero, en su opinión, ¿lo nacional puede ser un componente central de un pensamiento?
-Si se quieren comprender los Estados Unidos de mediados del siglo XIX, el libro más recomendable es La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Vale decir, un autor francés. Ahora, ¿es un pensamiento nacional, estadounidense, europeo? Es pensamiento. No descalificaría a un autor brasileño o turco que estudiara tal o cual tema de la Argentina. Las expresiones como pensamiento nacional me dan un poco de alergia. Lo liberal es el espíritu cosmopolita, la apertura de fronteras, la irrelevancia de la estatura, la religión o la raza para nombrar un concepto prejuicioso. Thomas Orwell, profesor de Stanford, decía que una idea como el racismo permitió que Hitler mandara rapar y tatuar a los judíos porque, justamente, no se diferenciaban en nada de los demás. Las cuestiones nacionalistas siempre me han parecido un peligro.
Por Pedro B. Rey

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/607757-alberto-benegas-lynch-menem-fue-un-modelo-de-antiliberalismo
 

¿Es efectivo el mensaje liberal?


Presidente del Consejo Académico, Libertad y Progreso

*Es necesario volver sobre la capacidad de convencimiento de las recetas y consejos de los patrocinadores de la sociedad abierta. Esto debe reconsiderarse de tanto en tanto debido a la escasa llegada del correspondiente mensaje, por lo menos en relación con su contrapartida, es decir, las políticas socialistas. No es cuestión de arremeter e insistir sin hacer, de vez en cuando, un examen de consciencia respecto al camino que se sigue. Parece un tanto petulante el machacar que “la gente” no comprende tal o cual idea sin detenerse a considerar la ineptitud del emisor para trasmitir la idea. Esto último no solo calma más lo nervios sino que obliga a hacer mejor los deberes y reconsiderar el formato del mensaje y pulir su contenido


Habiendo dicho esto, debemos estudiar cuidadosamente las desventajas naturales del mensaje liberal frente a las propuestas de los diversos matices socialistas. La primera es la llamada “venta de ideas”. Se suele decir que los ejes liberales deben ser sacados de los académicos y traducirlos a idiomas más comprensibles para el común de los mortales. Desde luego que no se trata de trasmitir mensajes crípticos y complicados pero el nudo del asunto es entender que las ideas liberales no están a la venta, no solo porque no se colocan al mejor postor sino, especialmente, porque no se trata de la comercialización de dentífricos o desodorantes. En estos últimos casos, la venta consiste en que el consumidor se percate de las ventajas del producto pero no requiere que se adentre, en regresión, en todo el proceso productivo. Sin embargo, el liberalismo (y cualquier idea seria) demanda que se entienda “todo el proceso productivo”, es decir la fundamentación de los conceptos hasta la gestación misma de la idea. A menos que se sea un dogmático o un fundamentalista, el receptor requiere este hilo argumental, lo cual no necesitamos para adquirir un par de zapatos: es suficiente con que nos guste y que resulten cómodos y baratos.
La idea socialista, en cambio, se parece a la venta de comestibles y equivalentes. El razonamiento no exige análisis ni mirar el asunto desde diversos costados, es suficiente intuir que si se le saca al que tiene y se le entrega a los destinatarios, estos mejorarán su situación en el corto plazo. De más está decir que los socialistas miran la riqueza como un proceso de suma cero y no de suma positiva. No se percatan que en un mercado libre los que ganan más es debido al voto diario de sus congéneres que con sus compras y abstenciones de comprar establecen diferencias patrimoniales, y si a esto se le aplica la guillotina horizontal se perjudica muy especialmente a los más necesitados puesto que la mala asignación de recursos se traduce en disminuciones en las tasas de capitalización que son, precisamente, las que permiten el aumento de salarios reales.
La manía del igualitarismo parece ser el eje central de los socialistas de todos los colores. Ya me he referido en repetidas oportunidades a la tesis de John Rawls sobre la manipulación del los talentos, de modo que no volveré sobre esa crítica. Ahora destaco que la aludida guillotina horizontal y la idea de que la riqueza procede de la suma cero y no de un proceso dinámico de creación de valor (sobre la que se basa el igualitarismo) no permite ver que la igualdad de resultados no solo es una quimera en su faz operativa sino que de entrada ni siquiera puede definirse. Esto último es así debido a que las valorizaciones son subjetivas por lo que la repartición no puede obviar este fenómeno si se quiere igualar con todo el rigor del caso (aunque los sujetos en cuestión digan la verdad no es posible lograr el objetivo ya que no pueden realizarse comparaciones intersubjetivas, y tampoco puede llevarse a cabo la operación “objetivamente” porque los precios están distorsionados por los mismos igualitaristas). Y lo segundo se interpone porque el uso de la fuerza agresiva se deberá mantenerpermanentemente para evitar que cada uno use y disponga de lo que recibió de modo que los resultados sean distintos (en este contexto resulta bastante gelatinosa por cierto la noción medular de “lo suyo” de la justicia).
En la superficialidad socialista no cabe prestar atención “a lo que se ve y a lo que no se ve” (distinguir lo que es obvio de lo que debe hurgarse) como sugería el decimonónico Frédéric Bastiat. El socialismo apela a lo que a primera vista aparece como conveniente y recurre a la envidia y al resentimiento como arma dialéctica. Como ha escrito Hayek “la economía es contraintuitiva”; en la opereta Pinaforeestrenada en Londres en 1878 con música de Arthur Sullivan y letra de William Gilbert se dice (y lo reproduzco en inglés para que no pierda gracia): “Things are seldom what they seem. Skim milk masquerades as cream”.
Es muy curioso y paradójico en verdad que esos mismos socialistas que detestan el mercado instauran sistemas de inaudita injusticia en cuanto a que otorgan privilegios a los amigos del poder para enriquecerse a costa de la gente, lo cual es genuinamente un proceso de suma cero de la misma manera y en el mismo plano que lo es cuando se asalta un banco.
Otra valla para la fluidez del mensaje liberal son gobiernos que usan desaprensivamente la etiqueta liberal pero se abocan a la corrupción escandalosa, al aumento del gasto estatal y la deuda pública en el contexto de severos incrementos impositivos, manejo discrecional del tipo de cambio, la dispersión arancelaria y la ausencia más palmaria de la división de poderes. En esa situación no son pocos los que terminan desconfiando seriamente (y muy injustamente) del liberalismo que en verdad es inexistente en esos climas tóxicos.
Estimo que el tema crucial a explicar por nosotros los liberales radica en la llamada “cuestión social”. En otras palabras, el nexo causal entre la inversión per capita y los ingresos y salarios en términos reales, lo cual se puede comprobar con los niveles de vida que tienen lugar prósperos respecto a los “subdesarrollados”, y que el desempleo es consecuencia de las mal denominadas  “conquistas sociales” que pretenden colocar remuneraciones por encima de lo que permiten las antes referidas tasas de capitalización como si se estuviera frente a un asunto voluntarista que en realidad deriva de la capacidad de marcos institucionales civilizados para captar ahorros internos y externos.
Al analizar cuestiones como la mencionada se dice que se es muy “economicista” sin ver que este aspecto económico-social es definitivo para entender el problema. Nada se gana con sostener que se es partidario de la libertad política pero no de la económica, puesto que es lo mismo que mantener que se desea instaurar la libertad en el continente pero no en el contenido, esto es, libertad en los papeles pero a la gente se le deniega la facultad de disponer del fruto de su trabajo, lo cual significan restricciones para operar en el mercado y la consiguiente asignación de factores productivos.
Uno de los problemas críticos para entender el liberalismo consiste en el abandono de los experimentos de brujos que compiten para manejar las vidas y las haciendas de la gente. Entre estas alquimias se destaca el keynesianismo, por lo que es de interés recordar siquiera tres tramos de la obra más conocida de Keynes. El primero es cuando escribe que “La prudencia financiera está expuesta a disminuir la demanda global y, por tanto, a perjudicar el bienestar”. El segundo cuando propugna “la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de escasez del capital”. Y en último término, cuando resume el eje central de su tesis en el prólogo que escribió para esa misma Teoría general de la ocupación el interés y el dinero en el mismo año en que apareció en inglés pero para la edición alemana, en plena época nazi: “La teoría de la producción global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho mas fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y de laissez-faire”. Vale la pena reiterar la idea puesto que hay que retener este pensamiento consignado en 1936: el autor dice que la tesis de su libro “puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario”.
En otro orden de cosas pero enmarcado en esta tendencia general, no son pocos los que insisten en que cuando la economía flaquea el aparato estatal debe gastar más, como si los recursos no provinieran de la gente con lo que se agrava la situación puesto que los factores de producción se mal asignan debido a imposiciones gubernamentales, necesariamente a contramano de lo que hubiera hecho la gente libremente con el fruto de su trabajo. Aquella política se ha dado en llamar “anticíclica” sin tomar en cuenta que la crisis se origina en las manipulaciones gubernamentales y que no se corrigen con más de lo mismo, a diferencia de las fluctuaciones que responden a cambios en la demanda de la gente.
En resumen, todos los días hay que hacer la gimnasia de pulir, mejorar y actualizar el mensaje liberal pero también deben tenerse muy en cuenta las desventajas en que se encuentra para llegar con el mensaje al efecto de no desanimarse inútilmente y también las dificultades que interponen en el camino por `parte de los antedichos brujos, pero nunca dejarse estar en el ejercicio cotidiano de autocrítica y automejoramiento.
En todo caso, cualquiera sea el destino del liberalismo, es pertinente citar un pensamiento de Hermann Hesse en Pequeñas alegrías que hace hincapié en las recompensas de la honestidad intelectual: “por agradable que resulte la adaptación al espíritu de la época y al medio, son mayores y más duraderos los goces de la sinceridad”.

Fuente: http://www.libertadyprogresonline.org/2012/12/06/es-efectivo-el-mensaje-liberal/
 

Biden recupera terrero para Obama en el debate vicepresidencial

*El debate entre vicepresidentes ha supuesto un soplo de aire fresco para Obama: Biden recuperó terreno, quedando muy igualado con Paul Ryan. 
El vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, trató hoy de marcar un profundo contraste con su oponente republicano, Paul Ryan, en un tenso debate vicepresidencial en el que repasaron desde la economía hasta la relación con Siria e Irán.

Un agresivo Biden, que no dudó en interrumpir a su rival o reírse durante algunas de sus afirmaciones, se enfrentó en la universidad Centre College de Danville (Kentucky) a un comedido Ryan, que se esforzó en sobrellevar con entereza los ataques.

Como habían previsto ambas campañas, Biden y Ryan se enzarzaron hasta casi el final del debate en un combativo diálogo interrumpido a menudo por la moderadora, Martha Raddatz. "Creo que esta noche habrán detectado mi frustración con la actitud (de los aspirantes republicanos) hacia el pueblo estadounidense", dijo Biden al cierre del debate, cuando criticó el vídeo en el que el candidato republicano, Mitt Romney, afirma que no le preocupa el 47% de la población "dependiente del Gobierno".

"Está hablando de mi padre y mi madre. Está hablando de los lugares en los que crecí, de mis vecinos, de la gente que construyó este país", apuntó el vicepresidente, que puso el acento en la defensa de la clase media.

Economía
Por su parte, Ryan escogió la situación económica como caballo de batalla y aseguró que los estadounidenses "merecen algo mejor" que las políticas de Obama, que han dibujado un panorama que "no parece una recuperación económica".

Ryan protagonizó uno de los momentos más comentados del debate cuando la moderadora le pidió citar "áreas concretas" en las que haría los recortes de impuestos del 20 por ciento previstos en su plan de presupuesto. El congresista republicano explicó que pretende "empezar con los ricos y trabajar en un plan con el Congreso", lo que no satisfizo a una moderadora que seguía preguntando por algo "concreto" y a Biden, que pedía "traducir" lo que decía su oponente.

Libia, Irán y Siria
El de hoy fue también el primer debate que incluyó temas de política exterior, empezando por Libia, a raíz del ataque del pasado 11 de septiembre contra el consulado estadounidense en Bengasi (Libia), donde falleció el embajador Chris Stevens. "Vamos a ir hasta el fondo y donde sea que los hechos nos lleven vamos a explicárselo al pueblo estadounidense, porque si cometimos errores no debemos repetirlos", señaló Biden, mientras que Ryan criticó que a Obama le llevase dos semanas "reconocer" que el asalto fue un "ataque terrorista".

En cuanto a Siria, Biden presionó a Ryan para que aclarase si la candidatura republicana está a favor de enviar tropas estadounidenses allí, a lo que su rival comenzó diciendo "no" y terminó concediendo que lo haría "sólo si está en el interés nacional de EEUU". Biden alertó de que intervenir en Siria desencadenaría "una guerra regional" y su rival acusó al Gobierno de Obama de "externalizar" su política exterior a la ONU.

Irán entró en el debate con la afirmación de Ryan de que, durante el mandato de Obama, el régimen de Teherán ha pasado de "tener material para una bomba nuclear a tenerlo para cinco", ante lo que Biden pidió "calma" porque los iraníes "no tienen ningún arma en estos momentos". "No vamos a permitir que Irán adquiera un arma nuclear y punto", reiteró el candidato demócrata, que también aseguró que la fecha de retirada estadounidense de Afganistán en 2014 es inamovible.

Ante la petición de Ryan de "reevaluar la situación" en 2013, con el fin de "no avisar a nuestros enemigos de que nos vamos y puedan volver", Biden subrayó que es necesario poner una fecha para que los afganos asuman la responsabilidad de la seguridad de su país.

El aborto
Los contendientes llegaron a un punto delicado cuando Raddatz les pidió expresar su opinión sobre el aborto, teniendo en cuenta la fe católica que ambos comparten. Ryan aseguró no entender "cómo una persona puede separar su vida pública de la vida privada y su fe" y afirmó que su postura contra el aborto se basa en que "la vida comienza con la concepción".

Biden replicó que como hombre de fe, comparte el dogma expresado por Ryan en su vida personal, "pero al contrario que mi amigo el congresista, me niego a imponérsela a otros".


Las encuestas: ¿quién ganó?
Las primeras encuestas de opinión de varios medios estadounidenses difieren sobre si el debate lo ganó el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, o su rival republicano, Paul Ryan.

Un sondeo de la cadena CBS entre 431 votantes indecisos y con un margen de error de +/- 5 puntos indica que un 50 % cree que ganó Biden, un 31% se decanta por Ryan y un 19 % opina que hubo empate.

Sin embargo, otra encuesta de la cadena CNN muestra que un 48% de los entrevistados considera que ganó Ryan y un 44 % opina que el vencedor fue Biden, lo que se traduce en un empate técnico si se tiene en cuenta que el margen de error es de +/- 5 %.

 

Invitados a un falso dilema


Por Alberto Medina Méndez

Director de Corrientes Opina y Periodista de Radio Dos




Los que obtienen mayorías circunstanciales en los procesos electorales creen en aquella dinámica por la que los que más votos suman, siempre tienen razón.


En realidad, la democracia, es el modo menos imperfecto que las sociedades han encontrado para vivir en armonía, pero queda claro que una interpretación inadecuada de su espíritu, una tergiversación de su esencia, la convierte en un perverso sistema por el que las mayorías someten a las minorías a su antojo, imponiéndoles una forma de vida, quitándole derechos e inclusive acallando a los que piensan diferente, solo por ser menos.


En ese esquema, los mas han desarrollado una idea que los moviliza y orienta, una muletilla, un lugar común, una frase hecha, que los hace reaccionar cuando en sus discusiones no consiguen aportar argumentos suficientes que expliquen su posición con solvencia y demuestre sus razones.


En esos debates, cuando las explicaciones ya no pueden sostenerse, plantean una invitación poco amistosa, bastante agresiva pero fundamentalmente falaz, diciendo “ si no estás de acuerdo con lo que se está haciendo, organiza un partido político, preséntate a la próxima elección y obtiene la mayoría para que esa idea reemplace a la actual”.



Esta proposición, además de surgir de la impotencia intelectual de no poder mantener un intercambio de ideas civilizado, también nace de una lógica casi deportiva por el cual uno gana y otro pierde, y si quiere revancha debe triunfar en el próximo encuentro.


No se entiende la esencia de la democracia y mucho menos de la república. Las personas que se eligen en un proceso electoral son “mandatarios”, es decir personas que aceptan del mandante su representación. Son delegados de los ciudadanos y no más que eso.


No se trata ni de jefes, ni de amos, menos aun de reyes. Son eso, empleados de la ciudadanía, de hecho cobran una remuneración por esa tarea, y los recursos que pagan esa compensación son los que los habitantes de una comunidad aportan para financiar esa modalidad.


Cuando un mandatario no encarna acabadamente la visión de sus representados, los ciudadanos pueden sentir que han dejado de ser interpretados como corresponde.


Pero lo más importante, es que los ciudadanos en democracia, en este deambular, no pierden sus derechos, es decir que la libertad de expresión, de conciencia, la posibilidad de peticionar y exigir a los representantes elegidos no se ve vulnerada entre un turno electoral y el siguiente.


Como ciudadano no tienen porque “esperar” a los próximos comicios para decir lo que se piensa, para quejarse y plantear lo que no parece correcto.


Tampoco los ciudadanos debemos conformar un partido opositor, ni sumarnos a él, ni ocuparnos de reunir votos suficientes para superar en número al oficialismo circunstancial.


Los políticos que compiten en una elección, son personas que se sienten en condiciones de representar a otros y entienden que pueden ofrecer posibles soluciones a la comunidad.


Los ciudadanos no están obligados a tener propuestas, ni a organizarse como partido político para triunfar en una elección. Pueden opinar, pensar, expresarse y quejarse, sin todo lo anterior.


Las obligaciones cívicas de un ciudadano pasan por ser parte de su sociedad, y si bien puede ser deseable que participe activamente de la vida en comunidad, lejos está de ser su obligación legal, y mucho menos moral, presentarse a una elección, ser candidato o tener propuestas.


Los oficialismos suelen molestarse con las críticas, algunos inclusive más de la cuenta, y esa crispación los hace reaccionar desmedidamente ante la impotencia que les genera no poder sostener una discusión con altura, por eso apelan a imponer su razón por el hecho de que son mas, sin comprender que la verdad no sigue una lógica matemática, de hecho los grandes descubrimientos de la humanidad, los cambios de paradigmas del progreso, fueron precedidos por un rechazo masivo de quienes no comprendían la virtud de lo nuevo.


Los gobernantes no llegaron hasta ahí en contra su voluntad, tomaron la decisión personal de ser parte del sistema, se postularon en sus propios partidos, se presentaron a la elección y consiguieron el apoyo suficiente para ocupar esas posiciones de representación.


Otros ciudadanos han elegido dedicar sus vidas a otras cuestiones, y esa es una decisión legítima e incuestionable. Pero por ello no pierden su calidad de ciudadanos, de “mandantes” y por lo tanto pueden opinar cuando lo deseen y decir lo que les parezca, inclusive sin proponer solución alguna.


Esa deformación democrática que utilizan con manipulación dialéctica los poderosos de turno es un signo de impericia y sobre todo de incapacidad para comprender que en una democracia, lo importante es la vigencia de las libertades y los derechos de los ciudadanos por sobre toda otra cuestión.


El poder de la gente está en el uso de su libertad, en el ejercicio de sus derechos, y no en el circunstancial resultado electoral. La historia de la humanidad muestra como las mayorías se mueven de un lado a otro y como los “poderosos” siempre dejan de serlo en algún momento. El centro del sistema es el individuo y no los políticos.


Se trata en realidad de una perversa idea que tienen algunos, de querer proponer un juego que sin sentido alguno, pretende que los ciudadanos claudiquen en sus derechos y elecciones personales.


Los que se postularon para manejar la cosa pública, para gobernar, pues que hagan su tarea y que rindan cuentas de ello, no solo a los que los votaron sino a todos. No son el gobierno de una parte de la sociedad, sino de la sociedad en su conjunto y su deber no es representar a algunos sino a cada uno de los ciudadanos.


Mientras tanto, tendrán que acostumbrarse a tolerar la crítica, a aceptar el disenso, el pensamiento diferente y sobre todo a entender cómo funciona la democracia. Tal vez, un buen primer paso sea diferenciarla de una monarquía, porque no son reyes, solo mandatarios, por un plazo, por un tiempo, a préstamo. Tienen la oportunidad de gobernar con inteligencia, de hacerlo bien, de pasar a la historia y dejar un legado. Queda claro que muchos otros ya eligieron el camino del autoritarismo, del despotismo, la discrecionalidad y la corrupción. Así quedarán en la historia. No habrá premios para ellos.


Algunos, aun no comprenden cómo funciona una sociedad civilizada, con ganas de vivir en armonía y siguen proponiendo silencio ciudadano o disputar la mayoría en un acto electoral. Están invitando a un falso dilema.



 

Liberalismo vs. Totalitarismo



Ezequiel Spector, profesor de Derecho y Filosofía, nos cuenta un poco más acerca del liberalismo y el totalitarismo en el Festival LibreMente. Dicho festival se llevó a cabo en el Teatro Cubo, y fue organizado por el Instituto Amagi con la ayuda del Partido Liberal Libertario.
 
 
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